Estos
tiempos son indudablemente convulsos. Al relativizarse todo, cualquier cuestión
-por muy antagónica que sea- parece tener fronteras inexactas, a ello no escapa
por supuesto el hombre, ¿Es el hombre un ser bueno por naturaleza? O por el
contrario ¿Es el hombre el lobo del hombre como sostenía Hobbes? Estas preguntas
-de origen filosófico- han permeado en los orígenes de ciencias tan intrincadas
pero separadas entre sí como lo son la sociología, la ciencia de la política,
la psicología, la antropología, y muchas otras que tienen por objeto de estudio
al hombre y cualquier cosa que lo implique.
En
lo personal querido lector, he de confesar que aunque ingenuo parezca, me sigo
decantando por la noción del hombre bueno,
sé que las guerras, las atrocidades colectivas y personales parecen no dar
razón de ello, pero qué mejor que abordar al hombre con dos clásicos como los
son David Hume y Kant.
Para
David Hume, el hombre se conforma de pasiones positivas y negativas, si bien la razón sirve para establecer verdades demostrativas así como las
relaciones de causa y efecto entre objetos y sucesos (Rawls, 2007), también
puede mediante el proceso de deliberación –entendido como la capacidad de
discernir- regular dichas pasiones; dicho de otro modo y fundamentado por Kant,
el hombre tiene la capacidad de sobreponerse a sus deseos ya que posee mediante
la razón práctica una facultad
electiva para determinar a partir de cuál de estos deseos actuar (Rawls, 2007).
Pero, ¿si el hombre es bueno por naturaleza y la razón lo ayuda en este
cometido, a qué se deben esos desvaríos de maldad? Al respecto Hume sostiene
que el ser humano tenía en el estado
salvaje ciertas virtudes naturales como la benevolencia, el amor a la vida
y la generosidad, pero ciertamente la generosidad individual es limitada y no
es suficiente para la generosidad en sociedad, dado que el egoísmo y la escases
de recursos en la naturaleza son fuertes condicionantes para el actuar del
individuo, sobre todo cuando éste se encuentra ante una serie de
incertidumbres; ¿Podemos sostener -aprovechando este argumento- que la existencia
del Estado responde a este espíritu? Probablemente sí, ya que ante la limitada
bondad humana, fue necesaria la creación -mediante un conjunto de normas- de virtudes artificiales como la justicia,
la fidelidad y la honradez, como Rawls sostiene: su creación fue hecho con el
propósito de guardar cierta certidumbre y tranquilidad –en principio-respecto a
nuestros seres queridos. Pero volviendo a lo que nos concierne (el hombre
bueno) surge otra última pregunta para abordar ¿qué papel ha jugado la naturaleza
en la conformación del hombre desde su esencia misma? Inspirado en Kant
podríamos responder a esta pregunta argumentando que de ser la naturaleza del hombre la de un ser malo, la naturaleza
misma lo habría condenado a la extinción o bien, dotado de herramientas
instintivas más simples pero efectivas para ejercer sus cometidos, pero el
hombre tiene la capacidad de ser bueno no sólo porque así fue constituido de
principio, sino porque también la razón contribuye a configurar lo que Kant
llamó la “buena voluntad” cuyas características se distinguen por dos
cuestiones: la primera reside en que el ser humano es “fin de los fines” en
virtud de su capacidad de cultura y
facultades como personas morales, y la segunda, que con la “buena voluntad”
se otorga sentido a nuestra vida y al mundo mismo (Rawls 2007). Más allá de la
cursilería, sin importar el credo, el hombre es y deberá ser bueno, ahí reside
la razón de su existencia.
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