martes, 19 de marzo de 2013

El hombre: ¿bueno o malo por naturaleza?

Estos tiempos son indudablemente convulsos. Al relativizarse todo, cualquier cuestión -por muy antagónica que sea- parece tener fronteras inexactas, a ello no escapa por supuesto el hombre, ¿Es el hombre un ser bueno por naturaleza? O por el contrario ¿Es el hombre el lobo del hombre como sostenía Hobbes? Estas preguntas -de origen filosófico- han permeado en los orígenes de ciencias tan intrincadas pero separadas entre sí como lo son la sociología, la ciencia de la política, la psicología, la antropología, y muchas otras que tienen por objeto de estudio al hombre y cualquier cosa que lo implique. 
En lo personal querido lector, he de confesar que aunque ingenuo parezca, me sigo decantando por la noción del hombre bueno, sé que las guerras, las atrocidades colectivas y personales parecen no dar razón de ello, pero qué mejor que abordar al hombre con dos clásicos como los son David Hume y Kant. 
Para David Hume, el hombre se conforma de pasiones positivas y negativas, si bien la razón sirve para establecer verdades demostrativas así como las relaciones de causa y efecto entre objetos y sucesos (Rawls, 2007), también puede mediante el proceso de deliberación –entendido como la capacidad de discernir- regular dichas pasiones; dicho de otro modo y fundamentado por Kant, el hombre tiene la capacidad de sobreponerse a sus deseos ya que posee mediante la razón práctica una facultad electiva para determinar a partir de cuál de estos deseos actuar (Rawls, 2007). Pero, ¿si el hombre es bueno por naturaleza y la razón lo ayuda en este cometido, a qué se deben esos desvaríos de maldad? Al respecto Hume sostiene que el ser humano tenía en el estado salvaje ciertas virtudes naturales como la benevolencia, el amor a la vida y la generosidad, pero ciertamente la generosidad individual es limitada y no es suficiente para la generosidad en sociedad, dado que el egoísmo y la escases de recursos en la naturaleza son fuertes condicionantes para el actuar del individuo, sobre todo cuando éste se encuentra ante una serie de incertidumbres; ¿Podemos sostener -aprovechando este argumento- que la existencia del Estado responde a este espíritu? Probablemente sí, ya que ante la limitada bondad humana, fue necesaria la creación -mediante un conjunto de normas- de virtudes artificiales como la justicia, la fidelidad y la honradez, como Rawls sostiene: su creación fue hecho con el propósito de guardar cierta certidumbre y tranquilidad –en principio-respecto a nuestros seres queridos. Pero volviendo a lo que nos concierne (el hombre bueno) surge otra última pregunta para abordar ¿qué papel ha jugado la naturaleza en la conformación del hombre desde su esencia misma? Inspirado en Kant podríamos responder a esta pregunta argumentando que de ser la naturaleza del hombre la de un ser malo, la naturaleza misma lo habría condenado a la extinción o bien, dotado de herramientas instintivas más simples pero efectivas para ejercer sus cometidos, pero el hombre tiene la capacidad de ser bueno no sólo porque así fue constituido de principio, sino porque también la razón contribuye a configurar lo que Kant llamó la “buena voluntad” cuyas características se distinguen por dos cuestiones: la primera reside en que el ser humano es “fin de los fines” en virtud de su capacidad de cultura y facultades como personas morales, y la segunda, que con la “buena voluntad” se otorga sentido a nuestra vida y al mundo mismo (Rawls 2007). Más allá de la cursilería, sin importar el credo, el hombre es y deberá ser bueno, ahí reside la razón de su existencia.

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